8/30/2009

Maestros


El (la) profesor (a) no es un animador (a)

En una cultura tan mediática como la chilena, mucho parece ser una constante entretención, parece que se confunde a la clase de la escuela con un show, un espectáculo. Y a la maestra con una animadora.

Las clases escolares no tienen la obligación de ser entretenidas, como tampoco debieran ser aburridas. Porque la clase es un espacio privilegiado de aprendizaje cooperativo. Los humanos y los niños aprendemos cuando nos va bien (buenas notas) y podemos y debemos aprender también cuando nos va mal: errores y malas notas.

Los shows o espectáculos, en cambio, tienen el deber de ser entretenidos y amenos. Porque si no pierden audiencia, rating y demás. Bajan los ingresos de los auspiciadotes que publicitan en TV radio, diario o Internet y el programa se acaban y los animadores, productores y publicitas quedan cesantes. La educación no tiene ese enfoque, ni ese deber. Son distintos. Las clases tampoco tienen ni deben tienen publicidad ni auspiciadores ni importa el rating. Importa la atención y la motivación fluctuante de los alumnos. Ese es el deber el maestro captar y mantener su interés. Idealmente las clases sean amenas. De hecho la maestra, tiene además el privilegio de corregir a los alumnos por sus faltas. Como también de animarlos en superar sus errores y estimularlos en su progreso. Confundir el “rating” de la TV o del espectáculo con la popularidad de un maestro que da notas fáciles y premia el no esfuerzo, es dar vuelta los valores educativos.


A veces corregir errores de los alumnos, en lo técnico o en lo ético es desagradable para el niño y muchas veces para el maestro. Pero es su deber hacerlo. Necesitamos ser estimulados y corregidos. Antes se usaba la palabra “castigo” hoy se habla de “limites” Pero son indispensables. La vida no es un constante premio ni un éxito. Tampoco es un concurso, es de todo. Es falso que solo debamos reír, como es extremo que debamos llorar o lamentarnos por todo. Son extremos. Como tampoco vivir es una tortura ni un constante fracaso. Hay de dulce y agraz.

Y la labor de los maestros es equilibrar ambos asuntos.

Lamentablemente ha entrado en las aulas y en el sistema educacional la idea o la visión que los profesores debieran ser siempre entretenidos. Error. No son payasos, bufones, animadores ni show-woman. Es bueno reír, es bueno tal vez un poco de “chacota”, quizás de relajo. Y el humor vivifica la situación más trágica. Lo sabía Shakepeare, lo sabían los griegos clásicos y lo sabia Don Quijote y Sancho. El buen humor alivia la vida y aleja la enfermedad, disipa la tragedia y encanta la vida. Una responsabilidad del maestro es crear ese clima interesante, de esfuerzo pero en un ambiente de estudio y de superación colectiva. Los show y una parte de la farándula, no tienen esa exigencia. Son otra cosa.

La frivolidad es el espacio en que nada es serio. No hay oportunidad de hacerse preguntas interesantes. Para la farándula da lo mismo ser pobre, que el embarazo adolescente. En la farándula la gente se va a reír de todo, es un humor pobre, casi desesperado, pero es un espacio que muchos quieren o necesitan. Pero la escuela no es farándula ni la educación es un show; desde luego la clase no lo es.

La escuela, los maestros y los alumnos escolares si merecen ese respeto, ese cariño, y es bueno decirlo una sana y edificante disciplina. “Tutor” la palabra latina quiere decir “aquello que ayuda a crecer”. Todos lo necesitamos. El maestro recto y sabio puede ayudar a los alumnos que necesitan la guía para navegar por la vida, no solo a navegar en Internet o en el Chat; eso lo hacen solos los alumnos solos y quizás le enseñen a la maestra Internet y sus trucos que sabe poco o no lo sabe o no lo hace.

Los niños al ir a la escuela, no pueden cambiar de canal en el colegio cuando se aburren, ni apagar al profesor como se desconectan del Chat, del MP3, del celular o apagar la TV. No se puede, aun mas no se debe. Y es bueno que lo tengan claro cada vez que entra al colegio. Hay un límite, un límite claro, uno cambia de actitud. Cuando vamos al templo no vamos a hacer un picnic adentro de el. Vamos a rezar a invocar algo superior, supremo, a levantar una plegaria, a pedir perdón, hay recogimiento o compartir un ritual sagrado. La escuela puede ser algo similar es un portal donde vamos a ser educados, a aprender. No solo materias, ni solo una técnica. Hay mucho más. Comprar y vender están bien, tienen su espacio en la vida y lo han tenido desde siempre. Pero la escuela es más que eso.

Por ello confundir a la escuela con farándula es muy dañino. La escuela no es un concurso, en que se aprietan botones, se ganan premios ni la profesora es una animadora que reparte sonrisas, carcajadas y premios. Ni los compañeros tampoco son la platea o la galería de un estadio deportivo, por muy entretenidos que sean. La escuela y la clase son otra cosa. Y si se ha perdido la distinción y el ambiente, podemos recuperarlo.

Los maestros, en su función pedagógica privilegiada, pueden enseñarnos buenas cosas. Son valiosos. No son solo un buen “pasa materias”. Algún día los computadores y las redes harán eso mejor que los humanos. Pero las actitudes, las virtudes, lo que es justo, moderado, equilibrado, lo enseña un ser humano mayor a otro más joven. Aunque el profesor sea viejo, aunque no maneje aparatos sofisticados electrónicos. Quizá sepan hacerlo, ¿por que no? Pero no se los puede descalificar por eso. Hay una dimensión ética más grande que la técnica en la pedagogía. Eso lo podemos rescatar, lo debemos rescatar. Todos los buenos maestros ya lo tienen. Su experiencia vale mucho... Son dignos de respeto, tienen algo muy valioso que enseñar, que no es vendible al alumno. En la escuela y liceos y colegio, como en el hogar podemos aprender a vivir bien, vivir con honor como nuestros héroes patrios o los santos. Y una buena maestra muestra, cada día, esa dimensión,. Pero los maestros tienen esa vocación y los niños y niñas la necesitan.

Esa es la dimensión humana de enseñar y formar personas.

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